La Tierra encierra riquezas en sus profundidades como los minerales, la geotermia y las aguas subterráneas. Estas últimas no se suelen presentar como lo hacen en la superficie (en forma de ríos o lagos), sino penetrando el material que compone el terreno. A este fenómeno se le conoce con el nombre de acuífero.
Como están bajo tierra, las aguas de los acuíferos no se encuentran a disposición inmediata de los seres humanos. De aquí surge la necesidad de realizar excavaciones y construir pozos para poder acceder a los beneficios que entregan las aguas subterráneas tanto para el consumo directo de las personas, como también para desarrollar actividades como la agricultura y la ganadería.
Los acuíferos se forman de manera natural cuando los terrenos absorben el agua de las lluvias, ya que la superficie se compone de material permeable como arena, tierra o grava. Así el agua subterránea va formando capas subterráneas hasta finalmente llegar a una zona profunda de material duro y menos permeable: la roca.
A grandes rasgos existen entonces dos tipos de aguas subterráneas: las no confinadas que son más accesibles al ser humano por no ser tan profundas y por estar albergadas en materiales relativamente fáciles de excavar. El otro grupo son las aguas confinadas que se encuentran a mayor profundidad y que están albergadas en material duro (roca) mucho más difícil de excavar.
Una forma de clasificar los diferentes acuíferos es a través de su comportamiento hidráulico. Así nos encontramos con los acuíferos libres o no confinados que están directamente en contacto con la parte subsaturada del terreno, lo que se traduce en que la presión de la zona superior del agua es igual a la presión atmosférica.
Un segundo tipo son los acuíferos confinados. Básicamente, en un acuífero confinado el agua se encuentra “atrapada” entre dos capas impermeables y sometida a una presión superior a la atmosférica. Estos acuíferos se recargan de aguas por medio de la absorción en puntos permeables que se encuentran alejados de los lugares de medición.
En tercer lugar están los acuíferos semiconfinados. Lo que los define es que la capa de suelo que lo cubre es menos permeable que el mismo acuífero (eso sí, nunca llega a ser impermeable), pero sí permite la recarga autóctona que es la que se produce por la filtración de las aguas de lluvia inmediatamente sobre el acuífero.
Por último tenemos los acuíferos costeros que pueden ser confinados, semiconfinados o libres. Estos se caracterizan por hacer convivir 2 tipos de agua con diferentes densidades. Por un lado está el agua dulce de baja densidad que se deposita en la parte superior del acuífero. Y por el otro lado están las aguas saladas que son de mayor densidad y, por lo mismo, se depositan bajo las aguas dulces.